Viaje a la casa de los abuelos
Publicado en:
La Opinión de Tenerife
01/02/2012
La Casa de Carta es una mirilla por la que espiar cómo era la vida de las clases populares canarias entre el siglo XVIII y mediados del XX. Como si se tratara del hogar de unos abuelos que no han envejecido con el paso del tiempo, su interior recopila objetos de la vida cotidiana, como muebles, ropa, vajillas, piezas de cerámica y cestería, y también de la cultura, como el folclore. En esta hacienda rural de 15.000 metros cuadrados de Valle de Guerra funciona una de las dos sedes del Museo de Historia y Antropología de Tenerife (MHAT). Acaba de cumplir 25 años y para celebrarlo prepara su proyecto más ambicioso: El País de Jauja.
En 2011, la Casa de Carta recibió 17.357 visitantes. Una gran mayoría eran turistas, algunos extranjeros y otros tantos peninsulares. Su ubicación, fuera de cualquier circuito turístico, elimina la posibilidad del usuario espontáneo. La directora de esta sede del museo, María Teresa Henríquez, explica que "esto no es como la Casa Lercaro, que los turistas pasan por la puerta. Aquí el que llega es porque ha venido adrede".
Su reciente inclusión dentro del paquete de excursión a La Laguna que se vende a los cruceristas hace presagiar que las cifras crecerán al ritmo que mantenga el amarre de estos hoteles flotantes en el puerto santacrucero. Los tinerfeños lo visitan cuando empieza la temporada de romerías, apunta la directora. Si en carnavales se abarrotan las tiendas de disfraces, cuando toca vestirse de mago y se busca inspiración con vocación purista, hay que ir a la Casa de Carta.
"Tenemos una de las mejores colecciones y somos el único museo de Canarias que expone una trajes típicos", señala la directora.
Algunos los lucían a diario los campesinos, otros solo estaban reservados para ocasiones especiales o para clases más pudientes. Pero lo que Henríquez se empeña en desmitificar es su valor como prendas representativas de una isla en concreto. "Hay gente que considera que hay un traje de Tenerife, pero en realidad es uno de los que vestía la familia Monteverde de La Orotava. Es la indumentaria que se ha popularizado y eso no significa que la gente vistiera de manera uniforme", explica.
Antes de que se inventara la fotografía, investigadores como el prelado de Tegueste Antonio Pereira y Pacheco y el viajero inglés Alfred Diston describieron a través de relatos y dibujos cómo vestían los antiguos pobladores de Canarias. Son prendas tejidas en telares rudimentarios que dejan ver una pasión por los colores, que Henríquez recuerda se afanaban en extraer de la cochinilla, la cáscara de cebolla y el azafrán. "El color fue muy importante en todo el Mediterráneo y demuestra las influencias peninsulares, europeas y americanas que tuvimos. Esto no es guanche. Los guanches se vestían con pieles de animales", puntualiza la experta.
La llegada de la democracia en los años setenta y la eclosión del nacionalista pusieron en valor artes y costumbres populares como las que recopila esta casona fría y húmeda de Valle de Guerra. Objetos preindustriales cada vez más en desuso como un viejo telar ocupan sus salas. Con esta aparatosa herramienta se tejían sábanas de lino para el ajuar de los pobres que hoy, por paradojas de la modernidad, serían tan caras que no encontrarían comprador.
También hay piezas que dan testimonio de costumbres extinguidas, como el horno de barro portátil que los majoreros llevaban en sus camellos para hacer el pan durante el camino o una cesta de mimbre que sirvió de preludio de las actuales piscifactorías.
También hay una selección de muebles antiguos, la mayoría donados por familias que los recibieron en herencia. Un lugar especial ocupan los baúles de cedro, que con la emigración se convirtieron en maletas. "Se regalaban como parte del ajuar y dentro de la casa servían tanto de caja fuerte como de armario de almacenaje de ropa, comida, libros y, en ocasiones, de secretos inconfesables", confiesa Henríquez.
La casona perteneció originalmente a la familia De la Guerra, antiguos propietarios de Valle de Guerra. Adquirida por el capitán Matías Rodríguez Carta en 1726, fue utilizada desde entonces como residencia ocasional, coincidiendo generalmente con la recogida de las cosechas. Tras varios propietarios y moradores, en 1976 pasó a ser propiedad del Cabildo de Tenerife, emprendiéndose importantes obras de restauración. El 24 de enero de 1987, la casa se inauguró como museo.
La única habitación que se conserva intacta es la cocina. Los platos, la mesa, el suelo, las estanterías y hasta el horno son los mismos que usaron los valleros que nacieron y vivieron en esta casa. Durante un tiempo funcionó aquí la panadería del pueblo y el horno aún se usa esporádicamente para cocinar. Todos las piezas expuestas en la Casa de Carta representan apenas un 3% de los fondos que guarda el museo.
Para evadirse de las hambrunas, las pestes y la corrupción de los gobernantes, los campesinos europeos construyeron a partir de la Edad Media un país imaginario. Era una especie de utopía gastronómica, en la que la comida caía del cielo, los peces salían del mar y de los ríos directamente al plato, los cochinos ya venían asados y listos para pincharles el tenedor, los árboles daban huevos fritos y las cascadas eran de vino y leche fresca. Es el motivo de la próximo exposición, El País de Jauja, donde no solo la comida estaba siempre al alcance de la mano, sino también el clima era bueno, no había que trabajar, el sexo era libre y las personas no envejecían nunca.
Este lugar mítico, que alimentó tantos relatos y tradiciones populares que se mantienen hasta la actualidad, como los Corazones de Tejina o los arcos de flores y frutas de Valle de Guerra, será la temática central de la exposición que ocupará los jardines y huertas del MAHT el mes próximo.
La directora busca que los visitantes reflexionen sobre sus anhelos al recorrer la muestra. "Las aspiraciones no han cambiado mucho. Hoy uno va a un todo incluido y lo que quiere es pasar el día en el jacuzzi, comer sin límite y no mover un dedo. Creo que reflexionar sobre el consumismo, la corrupción –que parece estar tan de moda– y el trabajo es algo que debemos afrontar", apunta Henríquez.
Jauja se escenificará con maquetas instaladas por todos los exteriores del museo, aunque para la inauguración, el montaje se realizará con comida real. La muestra estará abierta al público durante un año. En tanto, durante la primera semana, a finales de marzo, la propuesta se complementará con una feria de plantas y flores.
Los agricultores locales expondrán una selección de sus productos en la carpa multiusos del museo. Allí también se impartirán cursos y talleres durante la primera semana de abril en torno a la cocina, las plantas medicinales y la floristería creativa, abarcando desde la etnobotánica y flora popular hasta clases de ikebana (arte japonés con flores y vegetales).
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